Las tijeras constituyen un utensilio cotidiano en nuestra vida y un instrumento imprescindible a la hora de realizar multitud de tareas y desempeñar un sinfín de oficios. Estamos tan acostumbrados a utilizarlas que en muchas ocasiones no nos detenemos a preguntarnos cómo aparecieron en la historia de la humanidad.
Las tijeras ya se usaban por nuestros antepasados durante la Edad de Bronce para cortar pieles y cabello. Su forma era de “C” y disponían de un muelle. El instrumento estaba compuesto por dos hojas de acero a manera de cuchillas con un solo filo y dobladas en un arco. Las hojas se superponían y al presionar los brazos se cerraban y cortaban el material colocado entre ellas. Hasta nuestros días han llegado ejemplares de bronce o de hierro de origen egipcio, griego y romano utilizados para esquilar, cortar el pelo, podar los árboles o confeccionar los vestidos.
Durante la Edad Media, surgieron las tijeras con la forma que actualmente conocemos y en el siglo XV comenzaron a fabricarse en acero, material que permitía la fabricación de cuchillas más cortantes. Aunque será en los siglos XVI y XVII cuando los artesanos modificaron la forma de estos utensilios, alargando y estilizando las cuchillas y decorando sus brazos y anillos. Con los años, el uso de las tijeras se ha generalizado y actualmente nos encontramos con una gran diversidad de formas, todas ellas con la misma finalidad: cortar todo aquello que necesitemos.
Este delicado utensilio siempre ha estado presente sobre la mesa de secretarios, notarios, escribanos y cancilleres; en los costureros, en los tocadores y en un lugar preferente en multitud de oficios.